domingo, 20 de diciembre de 2009

Recuerdo roto

Abrí los ojos y la luz me despertó. El olor a whisky que aún inundaba la habitación me provocó unas insufribles arcadas. Me levanté del sucio suelo y corrí hasta el baño, procurando no manchar la tapa del water. Me limpié los restos del vómito de las comisuras y me tiré en el frío mármol del baño. No acababa de sentirme mejor como las otras veces. ¿Qué pasó anoche?

Casi no cabía en el estrecho pasillo del baño. Abrí un poco más los ojos y me encontré con unas colillas usadas de la noche. Alcancé la mano hasta una y jugué con ella hasta que aclaré un poco más las ideas. Sin duda había sido una dura noche, y no podía dejar de darle vueltas a la cabeza sobre asuntos que en ese momento me parecían sin importancia. Tosí y volví a limpiarme los labios con la manga de la camisa. Por un momento me fijé en la camisa, y pensé que en algún momento de su existencia había sido blanca, a pesar de que ahora estuviera de un color gris oscuro con pequeñas manchas. Era mi mítica camisa del rastro, la camisa de la suerte, que no tenía la mínima suerte en realidad, pero de esperanza se vive.

Otro tosido.

Al parecer había fumado más de lo habitual…
Algo me sobresaltó de repente, algo cálido. Corrí a mirar a mis pies y ahí estaba Gilberta. La gata me lamió entre los dedos, cayéndose la sucia colilla. Arrastré mi mano por el sucio pelaje de mi fiel amiga. Era ella único que siempre había estado ahí… siempre que acaba borracho y en el suelo, ella me levantaba con su inocencia. Solo quiere comida, y yo se la doy.
-Le complemento-pensé. Yo le doy comida y cariño… la trato bien, y así de fácil. Me quiere. Ojala todos fueran así, pero los humanos no, tenemos que pensar, razonar y repensar todo, quitar las cosas obvias, olvidar lo más sencillo, lo que de verdad importa. ¿Gilberta también se iría de mi lado si dejara de darle lo que quiere? Pues seguramente… ¿pero qué quieren aquellos que no se quedan a mi lado? Nunca lo sabré.

Gilberta soltó su típico maullido lastimero con doble intención: que le diera de comer y que le cambiara la tierra de la caja. Parecía que por donde ella fuera, todo quedaba limpio, al contrario que el resto de mi piso. El tío que me lo alquiló siempre alegó que me lo alquiló porque estaba desesperado, pero que para él yo era un despojo de la sociedad, que mientras me pagara que no le importaba lo sucia que estuviera la casa. Aún así no me libré esa mañana de imaginar el jodido comentario de siempre…
-Vaya pocilga - solía decir. Yo siempre reía ante sus insultantes comentarios. ¿Para qué iba a responderle? ¿Seguir su juego? Ni siquiera le guardo rencor… tengo un lugar donde vivir, y tengo mis cosas, puedo vivir como quiero. No todos pueden presumir de eso, ni siquiera los que más tienen pueden presumir de que viven bien, cuando no son felices… Aunque… ¿Acaso yo soy feliz? Bueno…
-¿Crees que soy feliz, Gilberta? – la gata volvió a mirarme lastimosa, y maulló más fuerte. Solté un resoplido, el estridente maullido no ayudaba con mi penetrante resaca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario