miércoles, 30 de diciembre de 2009

Sospechosa desconfianza

-¿Estás bien…? – Volví en mí en cuanto volvió a hablar. Para mi sorpresa me había quedado absorto durante unos segundos, pensando en todas estas pequeñeces. Me encantó esa preocupación tan ferviente que mostraba por mí. Se preocupaba por mí y no por otro, y eso me hacía sentir bien, de alguna extraña manera, querido.
- Si estoy bien. Es que me he caído y bueno… eso me ha pasado. Siento haberla asustado, señorita – intenté quitarle hierro al asunto para poder pasar a temas más importantes como conocernos mejor. Ya me entendéis… pero vaya tontería. A quien intento engañar. Esta chica debe de tener mil hombres detrás de ella.

- ¿Necesita que llame a alguien? ¿Al hospital quizá? – volví a sentir ese cosquilleo que tanto me atraía hacia ella. Enigmático llegó a resultarme el hecho de que en los tiempos que corrían alguien entrase en una casa ajena al oír a otra persona gritar. Sin embargo, pensé que sería una buena samaritana y que poco más habría detrás de tan caritativa acción.

Pude observar como la chica daba un largo vistazo alrededor de la casa, escrutándola sin doblegar su amable sonrisa. Me miró y la ensanchó aún más.
- Bonita casa – eso si que me extrañó. ¿Sería la hipocresía en persona, o realmente le gustaba? Lo más probable es que fuese una venenosa ironía, pero proviniendo de esta chica lo dudaba arduamente.
- Esto… gracias.
- Perdón, ¿molesto? Es que como he entrado sin permiso… – otra vez esa sensación de atracción. Me empecé a sentir confuso.
- No, no molestas – dije balbuceando casi, con prisa por dejar clara mi postura hacia ella. Desde luego ya había quedado bastante mal por varias razones. Para empezar mi casa parecía, literalmente, el escenario tras una de esas macro fiestas universitarias. Segundo, creo que no olía demasiado bien, y mis pintas tampoco eran las que alguien esperaría. Y para finalizar no había hecho más que puntualizar cosas obvias y quedar como un borracho solitario con delirios, pero una vez más, a ella no pareció importarle demasiado y continuó con la charla.
- ¿Cómo te llamas? – preguntó mientras se levantaba y me ofrecía la mano.
Tragué saliva y levanté una ceja ante tal gesto. Acepté su mano tras unos segundos y me levanté. Pudo conmigo, aunque yo pusiese de mi parte, lo que me resultó también bastante extraño en una chica de una complexión tan delicada.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Frívolo interludio

Desecho de la sociedad dirían… No les culpo. Están alienados.
¿Acaso en este Estado en el que vivimos la gente como yo tiene otra etiqueta?
Creo que no.
Vivir entre cuatro paredes que se derrumban cada día es lo que tiene. Nunca termina de caer la última piedra. La autoreclusión es lo que se me ha presentado.

Debes actuar como si ignorases la verdad que se postra ante ti. ¿La ignorancia es la felicidad? Si, lo es, pero solo alcanzamos esa felicidad si realmente ignoramos el hecho de que ser ignorante es ser feliz, porque entonces sabremos que ignoramos algo.

El resto lo sabéis, la curiosidad mató al gato, pero era inevitable, pues así somos las personas, y estoy seguro de que Gilberta es mucho más inteligente que muchos de los supuestos políticos que veo en la televisión.
Por esta vez sigo teniendo mi peluda compañía, hasta que decidamos salir.

sábado, 26 de diciembre de 2009

El capricho

- Buenas… ¿días? - conseguí vocalizar. Otra vez quedé como un tonto. Luego me di cuenta de que no sabía cuanto tiempo habría pasado desde que me desmayé, pero seguidamente volví a pensar que si me escuchó gritar no debería haber pasado demasiado tiempo hasta que perdiese el conocimiento. Qué bien, la chica perfecta y yo haciendo el idiota y pensando en cosas insignificantes. ¿Os suena? Seguramente. No es la primera vez que me pasa. Ella no pudo evitar sonreír una vez más, muy mona. Por detrás de mí escuché bufar a Gilberta. No me extrañó su reacción. Siempre había sido muy celosa. Se colocó delante, entre ella y yo, y volvió a bufar, erizándose equitativamente todo su pelaje.

-¡Gilberta! – corrí a excusar a mi gata – Perdona no suele ser así…
La chica rió angelical, sin despeinarse.
-No te preocupes. Aunque creo que no le caigo demasiado bien, ¿eh, chiquita?
No pude evitar pensar que si Gilberta hubiese sido una persona le hubiese abofeteado con toda la cara del mundo. Desde luego no le hubiese llevado la contraria a mi querida gata si hubiese sido una mujer. Un carácter muy duro, muy suya. Las cosas cuando ella quiere y como ella quiere. Sin ir más lejos una vez que no me llegaba el dinero para sus Friskis, placer gatuno (Creo que esa frase la enamoró), tuve que comprarle una marca que era muy parecida la cual no olvidaré llamada Gatofun. No os penséis que era una de esas basuras en lata, no. Me costó lo suyo. El caso fue que le puse esa noche su Gatofun en la tarrina cuando empezó con sus maullidos de siempre, y su reacción al oler la comida fue clara y tajante. Se acercó a la comida y orinó encima cual señorita, y se alejó contoneándose como había llegado. Os imaginaríais mi cara.

Esa noche tuve que cenar Gatofun… el que sobró, obviamente… no llego a tales extremos. ¿O si?

viernes, 25 de diciembre de 2009

Primer encuentro

- ¿Puede oírme? – abrí con lentitud los ojos acostumbrándolos de nuevo a la tenue luz. Me dolía mucho la cabeza pero eso no me importó en aquel instante. Pude verla muy de cerca. Como si acariciara el cielo con sus palabras, volvió a hablarme.
- ¿Oiga? – Abrí aún más los párpados deleitándome de su bella figura. Su magnética mirada me atrapó. Sus ojos eran pequeños y verdes, y sus mejillas brillaban carmesíes en su morena piel.

Qué decir de sus sedosos cabellos recogidos en una coleta que dejaban ver su delgada y hermosa tez. Relucían jóvenes en la oscuridad de lo que parecía ser mi pasillo de madera. Al verme reaccionar, sonrió, y por inercia la imité. Pensé que había quedado un poco estúpido al contestarle con una tímida sonrisa de adolescente. Cerré los ojos intentando centrarme. ¿Sería un ángel?
- Iba a llamar al hospital. Le oí gritar desde el pasillo y como tiene la puerta abierta, pues… - intentó excusarse con suma inocencia. Separé los labios para intentar entonar palabra pero no salió más que polvo.

Pareció preocuparse al ver que no podía hablar, e intentó erguirme. Su tacto era suave y mi piel se erizó al sentir el extraño tacto que tanto añoraba. Me sostuvo durante unos segundos por la espalda, para intentar levantarme boca arriba, entonces al ver que le requería un gran esfuerzo, posé las manos sobre la madera detrás de mi espalda, sosteniéndome por mi mismo. Me soltó ahora que podía sostenerme y en mis adentros resoplé esperando que no lo hiciera.

-¿Mejor? – se recogió un poco el flequillo, posándolo detrás de su oreja. Ahora que podía verla en su entera complexión fue cuando de verdad quedé absorto en sus curvas. El tiempo parecía que la meciera entre sus brazos, y mientras tanto se detuviese en aquel momento. Iba vestida con un vestido verde que combinaba con el color de sus ojos. Era perfecta, o eso creí en ese momento.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Diálogo con el silencio

Calidez…encerrada en una pared negra.

Entre mis manos sostenía una cálida brisa que me cubría como una manta. La sentía muy cerca de mí. Me incitó a abrazarla y no dudé en sostenerla entre mis brazos. Para mi sorpresa tuve una respuesta positiva, dejando que me rodease con sus cabellos. Temí que se fuera, y entonces la agarré con fuerza. Se deshizo lentamente entre mis dedos. Pronto terminó la agradable sensación y todo lo que había sentido en ese pequeño instante. Deseé que volviese pero no lo hizo. Se alejó e intenté ir llamarla.
Corrí y grité a los cuatro vientos que volviera, que no quería alejarme de ella. ¿Dónde se había ido? ¿Dónde se había escondido la calidez que siempre había añorado?

Silencio.

La soledad empezó a alzarse detrás de mí, traidora, embaucadora. Posó una mano en mi espalda, y me atenazó entre sus poderosas garras. Su lengua viperina reía, pues sabía que le había vendido mi alma tiempo atrás. Pronto estuve envuelto en tinieblas.

¿Dónde estás ahora esperanza? ¿A ti también te engañó la soledad?

Silencio otra vez.

La soledad empezó a rodearme con sus esqueléticos brazos. No podía mover los músculos, no podía hablar, no podía respirar. Lentamente me ahogaba. Su helado aliento me recordaba al… ¿frío? El vibrar de mis temblorosas piernas me hacía caer lentamente hacia el vacío de la oscura habitación. No podía ver nada, hasta que la soledad se colocó delante de mí con el rostro oculto. Lentamente se destapó la caperuza negra, dejando verle. Y para mi sorpresa a quién encontré…

Mi rostro.

- ¿Sorprendido? – resonó en mi mente. Mi imagen estaba reflejada delante. Dibujó una siniestra sonrisa en sus labios dejando ver sus relucientes dientes.
- ¿A quién esperabas? – Farfulló la soledad a la misma vez que yo – Tú te creaste y construiste. Te temes. Me temes. Temes a estar contigo y solo contigo. Solo. Ahora eres mío. No es nada personal…

Ni siquiera la misericordia se apiadó de mí esta vez.

martes, 22 de diciembre de 2009

Brisa de campo

Recuerdo cuando aún vivíamos en el pueblo, antes de que mi padre nos trajese a Madrid. Los baños en el río y cuando íbamos a robar tomates al Vicente. Siempre salía con puño alzado gritando improperios contra toda nuestra familia y difuntos. Tenía un enorme trigal por donde mi hermano y yo corríamos juntos, libres. Ahí todo era emoción, confianza entre ambos. Éramos compañeros de juergas y de amistad. Siempre me trataba bien como si cada día que pasaba me quisiera ayudar a mejorar, como si quisiera ser el padre que nunca tuve. Lo recuerdo como mi gran ídolo de persona. Siempre tan sonriente, esperanzador. Irradiaba madurez. Me hacía sentir cómodo, sin preocupaciones, como si pudiese hacer todo y más en la vida, donde las preocupaciones habitaban en el olvido. La vida en el campo sin duda era agradable, incluso cuando aquel día me rompí la cabeza saltando de un lado al otro del río. Cuando vi a mi hermano saltar tan ágil y fuerte, no pude evitar imitarlo. Encima él me llevó hasta casa, y trajo al médico corriendo, incluso se puso malo por meterse en el río a buscarme. Qué tiempos. Algunos recuerdos jamás se olvidan, por eso mismo son recuerdos, porque los recuerdas incluso cuando todo está perdido. Mis recuerdos no siempre fueron buenos, pero con seguridad os diré que nunca podré borrar, por muchas gomas que tengan los lápices, estos recuerdos de mi mente, aunque solo sea, por conservar esa virtuosa imagen de mi hermano.

No sé como pudo cambiar tanto…

De repente se me nubló la mente. Empecé a ver oscuridad, y caí de rodillas dejando caer a mi gata al suelo. Un penetrante sonido inundo mis pensamientos, rozando contra las paredes de mi cráneo. Resonando. Insoportable. Me agarré con desesperación del pelo y grité de rabia, intentando alejar los quejidos de mis adentros. Posé mi cabeza contra el suelo, con ambas rodillas hundida en la madera. Todo vibraba y mis ojos cada vez captaban menos luz. Lo último que recuerdo es que me desplomé, y tras un sordo ruido, se hizo el silencio.

Uniones estrechas

Encendí la televisión, mientas abría la boca para provocarme un largo bostezo. Ya estaban poniendo el tiempo. Otra noche fría. De sopetón me empezó a doler la barriga, con unas ganas terribles de vomitar. Gilberta maullaba desesperada. Quizá había pasado bastante tiempo desde la última vez que la alimenté.
-Ya te he oído Gilberta. Ahora voy… - Cogí la gata entre los brazos, sacudiéndole el polvo – tranquila, pronto tendremos agua otra vez.
Hacía ya casi dos semanas que no había agua en mi piso por averías de las cañerías que habían sido taponadas con algunos plásticos y papel. Temí que hubiese sido yo, siendo muy posible tras alguna de mis largas tardes de invierno dibujando y escribiendo. Las basuras se acumulaban demasiado, y el retrete parecía bastante grande…sin fondo. No se me dieron nunca demasiado bien las ciencias. Mi madre decía que era un desperdicio, que debería haber estudiado más y mejor para haber acabado como mi hermano.

Sí, tengo un hermano, un político. Tenía siete años más que yo, y casi nunca lo veía. Siempre supe que acabaría siendo el típico político que siempre odié desde que empezó su carrera. Se le da bien engañar, como a los políticos. Te decía que vendría a verte, que te ayudaría con el alquiler, y que conseguiría que publicasen tus dibujos en alguna otra editorial mejor, pero claro, cuando él dice eso, es como cuando hablas a una grabadora. Lo dejas grabado, y lo guardas en una cinta que luego dejas en un cajón, esperando a que coja polvo y un día lo encuentres, pero ya no tira, porque ya está fuera de uso, y ahora solo se utilizan los cedés. Mi querido hermano solo usaba cedés, y una vieja cinta como yo no tenía ya utilidad para él.

¿Qué pensáis? ¿Qué es una mala persona? No, yo no lo creo. Solo creo que cuando el poder llega a tus manos, te corrompe. El alma más pura puede ser corrompida por el sucio poder. No te das cuenta, solo te ata las manos y los pies, y se desplaza entre tu gente, alejándola de ti, haciéndote olvidar, haciéndote ver lo que él quiere. Ese es el poder, la ilusión del poder humano que no existe. Algún día se dará cuenta, y será tarde, pero yo me sentiré bien por él. Al fin y al acabo es mi hermano.
Lazos de sangre dicen, o algo así.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Algo más que una mota de polvo

No tardé mucho más en levantarme, y darle una patada a una lata de cerveza vacía que me encontré a la salida del baño que había salido de la nada. Arrastré los pies por el pasillo de madera que llevaba hasta el salón.

Eché un vistazo. Parecía que todo estaba en orden. La pizza de la semana pasada seguía tirada en el mismo rincón desde hace una semana, y las latas y colillas que aún no había limpiado de los días anteriores seguían intactas. Me acerqué con cuidado hasta el sillón, evitando otra mancha en la vieja alfombra que parecía reciente. La gata me seguía a donde iba, maullando cada vez más, y cada vez me parecía más molesta. Deseaba encontrar el mando de la televisión para escuchar otra cosa que no fuera a Gilberta quejarse. Casi podía compararla con los antiguos chillidos de mi madre… pero qué más da, me sentía a gusto en este lugar que otros podrían calificar como pocilga, como solía decir mi querido amigo del alquiler.
Busqué durante unos minutos el perdido mando de televisión entre los cojines mohosos, todo con mucho cuidado, pues con cada golpe una nube de polvo me inundaba los pulmones, y creo que no podía tenerlos mucho peor entre el tabaco y esta maldita ciudad.

Esa era una de las razones por las que siempre tenía la ventana cerrada. Esos magnates pasando con sus mercedes, jaguar y demás latas con ruedas. Me ponen enfermo. ¿Cuánto dinero tendrán? Seguro que ni la mitad lo consiguieron de forma legal, en cambio, yo, ¿cuándo fue la última que comí algo mejor que sobras y telechino? Me moría de hambre, joder. Es lo que tiene cuando ilustrabas para una editorial que ni la mitad de las veces te pagaba, y cuando lo hacían, no te llegaba a fin de mes. Pero, dibujar me llenaba, aunque solo fuese como una ilusión. Podría comprarlo con el hecho de esta gente que le gusta mucho comer. Comes, y comes, y gracias a la madre naturaleza, nos volvemos gordos, obesos… y aún así, tienen hambre. ¿Qué les lleva a comer tanto? Las ansias de más, de sentirse totalmente satisfechos y llenos (hasta el culo, con perdón). Pues yo, dibujo, y dibujo… y obviamente no engordo, pero si que me llena como a ellos. Me llena, aunque no lo necesite, pues qué les queda a ellos sino comer. A mi me queda dibujar, crear, pues en este mundo es difícil cambiar las cosas mediante pequeños actos. Yo no cambiaré nada, no engordaré, y tampoco seré alguien, pero dibujaba bien y creo que aún lo hago.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Recuerdo roto

Abrí los ojos y la luz me despertó. El olor a whisky que aún inundaba la habitación me provocó unas insufribles arcadas. Me levanté del sucio suelo y corrí hasta el baño, procurando no manchar la tapa del water. Me limpié los restos del vómito de las comisuras y me tiré en el frío mármol del baño. No acababa de sentirme mejor como las otras veces. ¿Qué pasó anoche?

Casi no cabía en el estrecho pasillo del baño. Abrí un poco más los ojos y me encontré con unas colillas usadas de la noche. Alcancé la mano hasta una y jugué con ella hasta que aclaré un poco más las ideas. Sin duda había sido una dura noche, y no podía dejar de darle vueltas a la cabeza sobre asuntos que en ese momento me parecían sin importancia. Tosí y volví a limpiarme los labios con la manga de la camisa. Por un momento me fijé en la camisa, y pensé que en algún momento de su existencia había sido blanca, a pesar de que ahora estuviera de un color gris oscuro con pequeñas manchas. Era mi mítica camisa del rastro, la camisa de la suerte, que no tenía la mínima suerte en realidad, pero de esperanza se vive.

Otro tosido.

Al parecer había fumado más de lo habitual…
Algo me sobresaltó de repente, algo cálido. Corrí a mirar a mis pies y ahí estaba Gilberta. La gata me lamió entre los dedos, cayéndose la sucia colilla. Arrastré mi mano por el sucio pelaje de mi fiel amiga. Era ella único que siempre había estado ahí… siempre que acaba borracho y en el suelo, ella me levantaba con su inocencia. Solo quiere comida, y yo se la doy.
-Le complemento-pensé. Yo le doy comida y cariño… la trato bien, y así de fácil. Me quiere. Ojala todos fueran así, pero los humanos no, tenemos que pensar, razonar y repensar todo, quitar las cosas obvias, olvidar lo más sencillo, lo que de verdad importa. ¿Gilberta también se iría de mi lado si dejara de darle lo que quiere? Pues seguramente… ¿pero qué quieren aquellos que no se quedan a mi lado? Nunca lo sabré.

Gilberta soltó su típico maullido lastimero con doble intención: que le diera de comer y que le cambiara la tierra de la caja. Parecía que por donde ella fuera, todo quedaba limpio, al contrario que el resto de mi piso. El tío que me lo alquiló siempre alegó que me lo alquiló porque estaba desesperado, pero que para él yo era un despojo de la sociedad, que mientras me pagara que no le importaba lo sucia que estuviera la casa. Aún así no me libré esa mañana de imaginar el jodido comentario de siempre…
-Vaya pocilga - solía decir. Yo siempre reía ante sus insultantes comentarios. ¿Para qué iba a responderle? ¿Seguir su juego? Ni siquiera le guardo rencor… tengo un lugar donde vivir, y tengo mis cosas, puedo vivir como quiero. No todos pueden presumir de eso, ni siquiera los que más tienen pueden presumir de que viven bien, cuando no son felices… Aunque… ¿Acaso yo soy feliz? Bueno…
-¿Crees que soy feliz, Gilberta? – la gata volvió a mirarme lastimosa, y maulló más fuerte. Solté un resoplido, el estridente maullido no ayudaba con mi penetrante resaca.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Memento mori

Quién pensó que acabaría así.

Yo no podía saberlo. Cuando quieres saber algo, intentas entenderlo, comprenderlo, abrirte a todas las posibilidades, pero nunca quieres pensar en lo peor, y si piensas en ello, nunca es lo suficientemente malo como para que luego digas que realmente habías creído en ello.
Nadie me advirtió que era tan doloroso. ¿Acaso no hablaban de un final feliz? Embusteros… Mentiras y farsas, cuentos para niños, nada real, ficción y pasión. A la hora de la verdad, la fantasía no es un refugio seguro, y aunque en un mundo de ciegos, el tuerto es el Rey, ni siquiera éste podía ver ahora y aconsejarme esta vez.

La oscuridad me hundía cada vez más en mi lúgubre cuarto. Cada día hacía más frío. ¿Frío? ¿En realidad qué es el frío? ¿La ausencia de calor? ¿Del calor de aquella persona que falta, pero que no siempre estuvo? Te acostumbraste, aunque no debías. ¿Qué sabías? No sabías, esa es la cuestión. No sabías que nada es para siempre, que nunca digas nunca, pero que tampoco digas siempre.

No te confundas… pero qué demonios… ¿Por qué te cuento esto? No quiero aburrirte con mis tonterías… solo sé que no sé nada, y por eso te pregunto, ¿Qué es ser feliz para ti? ¿Qué hace levantarte cada día y seguir esta rutina? ¿Tus amigos, tu pareja, tus estudios, tu familia…? ¿Cuál es tu batería?

Yo ya no creo, y cuando no crees, no hay nada que te empuje. Estoy estancado, en la vida, pasa el tiempo y hago cosas, pero en realidad no hago nada. Ah, si. Hago algo…vivir…vivir por vivir, pues no hay finalidad en mi acto, sino en el de vivir… hasta morir.