lunes, 14 de junio de 2010

Perfiles P2.

Tras un corto silencio, volvió a escucharse unas pisadas desde la puerta.
-Todo está listo, mi señor – informó un servicial joven.
Se giró el encapuchado señor, y con lentos pasos se encamino hacia la salida. Tras esto, el joven se acercó a la mesa a cubrir la amplia maqueta con un sedoso manto. Volvió a la oscuridad y la habitación volvió a su implacable silencio tras un portazo metálico.
Sus pasos eran apresurados, la decoración tétrica y el ambiente húmedo. Recorrieron un pasillo de madera con una alfombra rojo carmesí que cubría el camino hasta una puerta del mismo tamaño que la anterior. Continuaron ambos y se pararon tras pasar la puerta. La puerta se cerró y empezó a moverse hacia arriba el ascensor. A ritmo de la quinta sinfonía de Beethoven continuó el tramo de ascensor hasta que un golpe seco les detuvo en un piso muy superior al que estaban hace un momento. Salieron sendos encapuchados y continuaron sin dilación por otro pasillo que tenía una decoración parecida. Esta vez el corredor era más ancho y había más luz ambientada con candelabros, pudiéndose descubrir un poco más sobre los dos individuos. El supuesto señor, caminaba utilizando una especie de bastón que apoyaba con sumo cuidado al caminar, por lo que no producía sonido alguno al moverse. Estaba hecho de metal negro, con una gran piedra roja en su extremo superior. Portaba además una capa negra con capucha cubriéndole en su totalidad el rostro, y unas botas de cuero negras. Sus pasos eran irregulares y su porte encorvado.
Su acompañante, el joven, iba vestido con otra capa y caperuza, pero en este caso de un color rojizo como las alfombras. De una mayor altura y complexión fuerte, con porte estricto y erguido, se alzaba tras él como un guardaespaldas avizor.
Llegaron al fin a un trecho en el que aparecieron a los lados del pasillo unos individuos vestidos de una forma idéntica al joven acompañante. Se alzaban imponentes a los lados, dispuestos de forma totalmente uniforme y apoyando a su lado unas gujas medievales. Sus miradas impasibles no se cruzaron ni se movieron ni una sola vez mientras desfilaba su señor.
Al llegar al final, uno de los soldados, que se encontraba expectante, se adelantó y se arrodilló, dejando sobre el suelo su asta. Ante esto, y después de esperar unos segundos, el señor levantó dos dedos y los agitó en el aire para que empezara a hablar.
-Eminencia, la señorita le espera fuera. Todo está listo para el gran día. Permítame decirle que estoy muy emocionado mi… -el señor hizo un gesto con los dedos indicándole que no siguiera hablando.
-Silencio. No me interesa – apretó un botón de la pared, y la siguiente puerta metálica se abrió dejando entrar un torrente de luz lunar – Lo único importante será que pronto la curaremos de su enfermedad. Este cáncer ha de ser exterminado a toda costa.

sábado, 12 de junio de 2010

Perfiles P1.

La única claridad de la habitación era una tenue luz blanquecina que daba cobijo a las sombras en las esquinas más oscuras. Una solitaria mesa y un taburete tallados a mano esperaban en silencio en el centro de la supuesta sala. Sobre la mesa, una realista maqueta se alzaba grandiosa. Se trataba de una réplica de una metropolita con pequeñas figuras humanas cubriendo su extensión. Postes de luz, parques, rascacielos, restaurantes y demás, todo en su lugar y situado con sumo cuidado, todo dentro de un estricto plan geométrico. Hasta las figuras tenían rostros dibujados. Además ninguna de estas se parecía entre si, y todas tenían sus diferentes roles asignados como una gran y utópica ciudad. De hecho, no había ni una sola persona que no tuviese en su lustroso rostro una amplia sonrisa. Un escrupuloso detalle que llegaba a ser hasta repugnante. El alto grado de perfección de aquella ciudad enardecía un ambiente de calma y neutralidad, que provocaba una sensación de tormenta próxima. Una obra maestra un tanto macabra.
De entre la oscuridad, donde no conseguían llegar los haces de luz, se abrió con un chirrido una puerta metálica, que provocó un golpe seco al chocar. Unas pisadas comenzaron a crujir las baldosas. Se detuvo cerca de la mesa, pero ahuyentado de la luz. Posó las manos sobre los bordes de la mesa. Sus marmóreos y esqueléticos dedos deslumbraron incluso con la débil luz de la lámpara que era sostenida por un cable. Comenzaron a tamborilear la mesa rítmicamente. El ruido no alteraba aun así el tétrico ambiente que se respiraba. Parecía como si fuese una sinfonía para los ciudadanos introduciéndose en sus maderos cráneos.
-Buenas tardes, caballeros. ¿Cómo se encuentran hoy? – Se deslizó de entre sus labios un áspero hilo de voz – Veo que tan felices como siempre, se deberán sentir orgullosos. ¿Perdone, cómo?
Cogió una de las figuras y se la acercó al oído, llevándola hacia la sombra que cubría su rostro a falta de luz.
-¡Muy cierto! Hoy es el gran día, Samuel – dejó la figura en su lugar, la cual pertenecía a un niño que sostenía una Biblia, con una sonrisa de un lado al otro de la cara – Demos comienzo a la fiesta nacional.