jueves, 24 de diciembre de 2009

Diálogo con el silencio

Calidez…encerrada en una pared negra.

Entre mis manos sostenía una cálida brisa que me cubría como una manta. La sentía muy cerca de mí. Me incitó a abrazarla y no dudé en sostenerla entre mis brazos. Para mi sorpresa tuve una respuesta positiva, dejando que me rodease con sus cabellos. Temí que se fuera, y entonces la agarré con fuerza. Se deshizo lentamente entre mis dedos. Pronto terminó la agradable sensación y todo lo que había sentido en ese pequeño instante. Deseé que volviese pero no lo hizo. Se alejó e intenté ir llamarla.
Corrí y grité a los cuatro vientos que volviera, que no quería alejarme de ella. ¿Dónde se había ido? ¿Dónde se había escondido la calidez que siempre había añorado?

Silencio.

La soledad empezó a alzarse detrás de mí, traidora, embaucadora. Posó una mano en mi espalda, y me atenazó entre sus poderosas garras. Su lengua viperina reía, pues sabía que le había vendido mi alma tiempo atrás. Pronto estuve envuelto en tinieblas.

¿Dónde estás ahora esperanza? ¿A ti también te engañó la soledad?

Silencio otra vez.

La soledad empezó a rodearme con sus esqueléticos brazos. No podía mover los músculos, no podía hablar, no podía respirar. Lentamente me ahogaba. Su helado aliento me recordaba al… ¿frío? El vibrar de mis temblorosas piernas me hacía caer lentamente hacia el vacío de la oscura habitación. No podía ver nada, hasta que la soledad se colocó delante de mí con el rostro oculto. Lentamente se destapó la caperuza negra, dejando verle. Y para mi sorpresa a quién encontré…

Mi rostro.

- ¿Sorprendido? – resonó en mi mente. Mi imagen estaba reflejada delante. Dibujó una siniestra sonrisa en sus labios dejando ver sus relucientes dientes.
- ¿A quién esperabas? – Farfulló la soledad a la misma vez que yo – Tú te creaste y construiste. Te temes. Me temes. Temes a estar contigo y solo contigo. Solo. Ahora eres mío. No es nada personal…

Ni siquiera la misericordia se apiadó de mí esta vez.

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