sábado, 26 de diciembre de 2009

El capricho

- Buenas… ¿días? - conseguí vocalizar. Otra vez quedé como un tonto. Luego me di cuenta de que no sabía cuanto tiempo habría pasado desde que me desmayé, pero seguidamente volví a pensar que si me escuchó gritar no debería haber pasado demasiado tiempo hasta que perdiese el conocimiento. Qué bien, la chica perfecta y yo haciendo el idiota y pensando en cosas insignificantes. ¿Os suena? Seguramente. No es la primera vez que me pasa. Ella no pudo evitar sonreír una vez más, muy mona. Por detrás de mí escuché bufar a Gilberta. No me extrañó su reacción. Siempre había sido muy celosa. Se colocó delante, entre ella y yo, y volvió a bufar, erizándose equitativamente todo su pelaje.

-¡Gilberta! – corrí a excusar a mi gata – Perdona no suele ser así…
La chica rió angelical, sin despeinarse.
-No te preocupes. Aunque creo que no le caigo demasiado bien, ¿eh, chiquita?
No pude evitar pensar que si Gilberta hubiese sido una persona le hubiese abofeteado con toda la cara del mundo. Desde luego no le hubiese llevado la contraria a mi querida gata si hubiese sido una mujer. Un carácter muy duro, muy suya. Las cosas cuando ella quiere y como ella quiere. Sin ir más lejos una vez que no me llegaba el dinero para sus Friskis, placer gatuno (Creo que esa frase la enamoró), tuve que comprarle una marca que era muy parecida la cual no olvidaré llamada Gatofun. No os penséis que era una de esas basuras en lata, no. Me costó lo suyo. El caso fue que le puse esa noche su Gatofun en la tarrina cuando empezó con sus maullidos de siempre, y su reacción al oler la comida fue clara y tajante. Se acercó a la comida y orinó encima cual señorita, y se alejó contoneándose como había llegado. Os imaginaríais mi cara.

Esa noche tuve que cenar Gatofun… el que sobró, obviamente… no llego a tales extremos. ¿O si?

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