sábado, 29 de mayo de 2010

La playa

Se agachó de rodillas sobre la arena. Esta le producía una extraña calidez en los pies, y le ponía nervioso. Atrapó un puñado entre sus escuálidos dedos y se volvió a erguir, dejando que el torrente de arena se deslizase por ambos lados de su palma hasta posarse otra vez sobre el resto de la playa. Al desaparecer el último grano que podía caer, observó su mano, ensimismado. Quedaban unos cientos de ellos inmóviles pegados sobre esta. Se imaginó que cada uno de ellos fuese uno de los sueños que aún seguían en él, y que no se habían evaporado como el resto de granitos de arena que habían caído en el inmenso desierto arenoso de esperanzas rotas.
El mar, calmado, de vez en cuando, se acercaba tímidamente empujado por las olas, para arrastrar parte de estos sueños, y llevárselos a su interior.
Se quedó fijamente mirando el proceso. Parecía como si el mar intentase engullir estas esperanzas perdidas, ayudando a olvidarnos de todo lo que nos hizo sufrir antaño. Empezó él, a especular, sobre si el oleaje deseaba también arrastrarle a él hasta el fondo marino, o si su único propósito era en realidad el de hacernos olvidar nuestros dolorosos recuerdos.
De la misma manera, la orilla llegó hasta él, y le acarició el dorso de sus pies, produciéndole esta vez una calma infinita. Más tranquilo, sonrió deseando que todo lo que había pensado fuese de verdad, y que el mar realmente fuese ese amigo que siempre estuvo ahí. Había algo, y él lo sabía. Se volvió a mirar la mano, y con la otra sacó una arrugada servilleta, donde depositó con sumo cuidado las pequeñas y conectas esperanzas, deseos y sueños que aún quedaban en la palma de su mano. Asintió y los guardó con la servilleta en su bolsillo izquierdo.
Nunca había estado tan seguro de si mismo como en aquel instante.
Por fin sabía qué quería.

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