sábado, 29 de enero de 2011

Comprando vidas

-Buenas tardes. ¿Aquí venden vidas? – preguntó con rapidez el esmirriado hombrecillo.
-Tenemos de todo tipo, desde banquero hasta pescador. Pero le aviso que nuestra alta gamma de productos no es barata – dijo el dependiente, mientras frotaba su dedo pulgar con índice.
-Le daré lo que sea. No tengo dinero, pero pagaré con lo que sea necesario. No me queda familia, ni amigos, ni pareja, pero conseguiré lo que usted quiera si me libra de esta apagada vida – le suplicó el personajillo.
-Lo siento. Aquí solo aceptamos dinero en efectivo. La vida cuesta dinero, y el tiempo aún más, así que si no tiene con que pagar, le aconsejo que dé media vuelta, y busque otro local.
-¡Le imploro que me dejé una vida nueva! ¡Le venderé la mía!– volvió a suplicar, subiéndose sobre el mostrador, desesperado.
-Váyase o llamaré a la policía. No sé si sabe que sin dinero, está infringiendo la ley – le contestó en tono amenazante – Y le repito que sin dinero no hay vida para nadie, y por lo que veo la suya no vale nada.
El gesto de frustración del joven se tornó en desesperanza y sacó de su chaqueta un revólver. El dependiente se asombró y se escondió debajo del mostrador.
Entre gritos de ayuda del dependiente, el joven susurró – Nunca pensé que el mundo se tornaría en esto. Es lo que nos queda, la codicia. Sin dinero no hay vida que valga la pena vivir – entonces levantó la cabeza y apuntó con el revólver su sien, acabando con lo que quedaba de valor de él, dejando atrás un mundo agrietado pero adinerado.

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